El Encuentro
Los viajeros fueron llegando desde antes de la hora fijada. Los chicos corrían por el hall de espera, mientras una ronda de padres y acompañantes esperaban la llegada de los pasajes y del resto de los pasajeros. Estaba llegando la hora del embarque y todos fueron marchando hacia él, con los trámites a cuestas, con los papeles en regla, con los bolsos y con la alegría.
La cola era inmensa, sinónimo de buque lleno, de fin de semana pleno. Llegaron las primeras fotos y los primeros colores. El primer paso había sido cumplido: la migración estaba en marcha. Al final de la cola, los viajeros encontraron en una larga mesa el consuelo del juego que los llevaba a destino, pero antes de comenzar a jugar se produjo un ritual de manos entrelazadas, un tributo al pequeño destino de entrecasa.
Llegados al barco, los viajeros lo serpentearon, entre asientos semi ocupados y asientos semi dispuestos. Alguien del grupo recordó un fogón y así se fueron juntando todos en el centro mismo del navío. Y otro rito dio inicio, de aguas dulces y mates salados.
Y ese viaje fueron curiosas partidas de ajedrez para otros viajeros, sorprendidos por la destreza de esos niños, que juegan como grandes, siendo tan chicos, moviendo piezas sobre un tablero explorado desde siempre, como si hubiese nacido con ellos, como si supieran todos sus caminos, pesares y glorias.
Y así se fueron llegando.
Las Bienvenidas
Llegados a puerto grande y puesto chico para tanto gentío, a los viajeros los esperaba aquél que gusta de resolver problemas ajenos y ofrecer su amistad, por definición, Esteban. Él, también ajedrecista, los subió a los carros, qué mejor que escolares, y les indicó a sus comandantes que siguieran a su luna, inmensa, naranja, que, mientras guiaba, jugaba a las escondidas con los viajeros, unas veces entre los bajos edificios costeros y otras, bajo el río inmenso.
El anuncio de llegada a destino fue sin luna. Una casa generosa, abierta por manos labradoras, de rostro gentil y campechano, Raúl.
Tres bienvenidas, y una fiesta nocturna y, por momentos, inacabable.
Motivo de Viaje
¡Todos arriba temprano! Casi ni hizo falta decirlo. Todos estaban prestos a la hora señalada. Otra vez los carros a la vera, se fueron llenando de chico, tablero y grande. El río ahora iluminado, caminaba el mismo camino hasta la inmensa escuela, plagada de pibes, decorada de ajedrez y bienvenida a la argentina. La espera del juego era de circo y kermés para los chicos; para los grandes vista al río e internet.
Y comenzó el juego y se fueron sucediendo los sesudos triunfos, alguna que otra partida perdida y algún que otro caballeroso empate. Para las estadísticas serán 31 juegos ganados, 8 perdidos y 2 empatados. O si se quiere, entre tanto encuentro amistoso, un campeonato de 1º y 2º grado y un subcampeonato de 3º y 4º grado. Presentados 3 equipos, uno diezmado, armados parejitos para que todos tengan posibilidades. ¡Y vean si las tuvieron!
Los festejos fueron en la playa, por haber bien jugado, no por resultado, ignorado en sus saberes conscientes por los chicos, pero latente en sus vientres. Fue chapuzón para los jugadorcitos, mate y charla para los grandes. Luego un picado para secarse, al solazo y al viento.
Y luego el regreso, el baño, la choriceada y a seguir ajedreceando, como si se acabara el mundo, con el apuro del reloj y del tiempo.
El Regreso
Y la vuelta llegó ¿Tan rápido sucedió todo? Despedida hasta siempre con Esteban, y último viaje en carro hasta el barco, rodeando el puerto semicerrado que nos invitó a pasear por las calles de Montevideo que se había sentido olvidada y, celosa de Lagomar, no los dejó partir sin mostrarse.
Ya en cubierta, el fogón fue inmediato. Y otra vez el ajedrez en el piso, mirado y preguntado por los ocasionales transeúntes, devenidos en curiosos espectadores de niños campeones del jugar.
Llegados a Buenos Aires, fue abrazo y despedida. ¿Qué sucedió después? El que escribe no lo sabe, no se lo imagina, no lo pensó. Salvo ahora al narrar la historia: pero no hay respuesta... Cada uno y cada cual lo habrá sabido contar a su manera.